
La resaca del seísmo-tsunami de Japón, acaecido el pasado viernes 11 de marzo, es inevitable incluso para un blog de comunicación y publicidad como este. Si el miércoles hablé de la censura en los medios de comunicación a la hora de recoger la noticia, hoy voy a referirme a la campaña de popularidad que Angela Merkel, “la madre de Europa”, ha puesto en funcionamiento a raíz de la hecatombe nuclear.
El próximo fin de semana se celebran elecciones en el “land” de Baden-Wurtterberg, región en donde se halla enclavada la central nuclear de Neckarwestheim, una instalación que data de 1976 y que había sido recientemente prolongada hasta alrededor del 2020. Esta medida fue muy impopular en dicha zona por motivos obvios. El sábado 12 de marzo, 60.000 alemanes pidieron el cierre definitivo de esa central atómica.
La canciller ha aprovechado la resurrección del debate nuclear para lanzar una medida efectista: el cierre de los 7 reactores nucleares anteriores a 1980 durante tres meses incluyendo el cierre definitivo de Neckarwestheim. Esta decisión tiene una marcada tendencia electoralista con el objetivo de no perder en Baden-Wurttemberg, ya que los sondeos están muy ajustados y una derrota supondría la pérdida de 7 escaños en la Cámara Alta, institución en la que el CDU de Merkel ya perdió la mayoría.
El debate nuclear, como decía, se ha abierto con una fuerza extraordinaria y Japón ha vuelto a ponerse en cabeza en la particular batalla con Rusia por ser el anfitrión de más accidentes nucleares graves. Por un lado, Rusia con Mayak (1957): una fábrica de reprocesamiento de combustible atómico que explotó con una fuerza de casi 100 toneladas de TNT exponiendo a medio millón de personas a grandes dosis de radiación y matando a 200 personas, Chernobil (1986): desastre conocido por todos, símbolo de la caída de la Unión Soviética que contaminó grandes áreas del noreste de Europa y que causó 200.000 muertes relacionadas directa o indirectamente, y Tomsk-7 (1993): una ciudad secreta con fines militares erigida en medio de Siberia que tras sufrir un accidente en la planta de reprocesamiento expulsó una enorme nube de radioactividad. No hay datos sobre víctimas, que cada uno saque sus propias conclusiones. En el otro lado, Japón con Tsuraga (1981): varias fugas radioactivas irradiaron a varios centenares de personas, Tokaimura (1999): incendio y explosión de la planta nuclear que provocó síntomas de radiotoxemia en casi 50 personas, Mihama (2004): la corrosión rompió un conducto de la central emanando vapores tóxicos y causando la muerte a 5 empleados, y ahora Fukushima-I (2011): accidente de nivel 5 o 6, como ya lo calsifica Francia, un escalón por debajo de Chernobil, que acumula tres explosiones de hidrógeno en tres reactores distintos, la rotura de un edificio de contención de uno de estos reactores e incendios en la piscina de combustible de un cuarto reactor. Se ha confirmado la fusión parcial de varios de estos núcleos.
Sin embargo, los defensores de la “energía limpia, barata y segura” siempre encuentran excusas para todas las catástrofes. Cuando sucedió el accidente de Chernobil se escudaron en que el reactor no tenía edificio de contención, que era una chaladura de la industria nuclear soviética. Ahora, con los acontecimientos de la Central de Fukushima-I, resaltan que para haber sufrido un terremoto de 9 grados en la escala Richter y un tsunami de 10 metros, las instalaciones han aguantado demasiado bien. Quizás en esto tengan razón, sorprende ver que los reactores siguen en pie, pero aún así se me hace necesario recordarles que la naturaleza volverá a hacer acto de presencia tarde o temprano y Fukushima ha demostrado que somos terriblemente vulnerables.
Diego Celma Herrando
Imagen: lavanguardia