Lance Armstrong ha estado varias semanas callado, contemplando desde su rancho de Austin el derrumbe de toda su vida, una vida que había construido a base de mentiras, dopaje y coacción. Sentado, vio como le quitaban los 7 tours, su medalla de oro olímpica, vio como le dejaban de lado sus patrocinados y como hasta sus fans, le empezaban a mirar con recelo.
Este pasado fin de semana, el héroe caído, respondió ante el mundo a través de una entrevista con la prestigiosa estrella de la televisión americana Oprah Winfrey.
Las motivaciones que han llevado a este hombre a sentarse en aquella fría sala de hotel en donde tuvo lugar la entrevista no están todavía muy claras, o al menos no se han trasladado al gran público, quizás porque no tienen muy buena prensa. El ex ciclista del US Postal ha empezado, con este espectáculo que ha sido retransmitido por todo el planeta, una campaña con la que pretende lavar su imagen y, en última instancia, la imagen de Livestrong, una asociación que estará siempre unida a su figura de forma indeleble por mucho que se empeñen en que no sea así.
Dicho de otro modo, Lance no parece estar muy arrepentido de lo que hizo, al menos no lo estaba hace unas semanas, cuando subió a su Twitter una imagen de los 7 maillots que cuelgan del salón de su casa. Lance ha sido pillado con las manos en la masa, está entre la espada y la pared y ha optado por transmitirle al mundo su cara de niño bueno.
Alguien le estará asesorando y sin duda es la mejor gestión de esta crisis, aunque sea un camino de hipocresía elevada a la enésima potencia. El camino más acorde con la personalidad de este señor hubiese sido seguir negando con altivez que había consumido sustancias prohibidas, pero quizás la Justicia estadounidense no lo hubiese permitido.
Diego Celma Herrando
Imagen: facebook