Una fría mañana de noviembre, el Director de Contenidos de Al Jazeera conduce su coche durante el corto trayecto que cubre la sede central de la cadena y su vivienda. Nada más llegar, un nervioso becario le asalta suplicándole que antes de desayunar vea un vídeo sospechoso que ha aparecido en las oficinas, su firma es de Al-Qaeda.
Pero a pesar del pánico inicial desatado en la sucursal, se calman los ánimos para concluir que: visto uno, vistos todos. Es otra grabación de baja calidad en la que aparece el líder taliban amenazando a Occidente por los crímenes de no sé que… Es un vídeo atemporal, que tampoco da pistas del paradero y que eso sí, parece mostrar a un Osama un poco más envejecido. Por lo visto, sigue vivo y coleando.
Cuando el vídeo da la vuelta al mundo, cae por fin en los supuestos expertos de la CIA, analistas paranoicos que vieron armas en lugar de granjas a orillas de los ríos Eufrates y Tigris. Tras meses de investigación, las pruebas son inconcluyentes…
Osama Bin Laden es el responsable, no ya del atentado más espectacular de la historia, que causó 2996 muertes, sino de todas las que siguieron después; en Londres, en España, en Bali e indirectamente de las muertes en las guerras de Irak y Afganistán y también del hervidero en el que se ha convertido la antigua Babilonia, ayer mismo 158 personas murieron en un atentado de dudosa autoría. Al Qaeda y Osama despertaron el odio americano y el mundo lo está sufriendo casi tanto como a él.
No sé si realmente Bin Laden exhaló su alma hacía los infiernos debajo de los escombros de Tora Bora allá por 2002, o sí en 2007 fue asesinado por Omar Sheik. Lo evidente es que su imagen sigue viva en las retinas de todos los occidentales. La simple mención de su nombre nos recuerda aquel fatídico día del final de verano en el que Manhattan se escondió bajo una densa nube de polvo.
Puede que Al Qaeda esté reviviendo aquella leyenda que circula por los campos de Castilla y Aragón que cuenta que, durante la reconquista y cuando el Cid Campeador fue herido de muerte, un joven bigardo con parecido físico al mito, lideró a las hordas cristianas aterrando a los moriscos. En su día fue una gran estrategia de comunicación, hoy es posible que la única manera de mantener acorbadada a Europa sea a través de falsos videocomunicados.
La mera presencia del Cid podía hacer cambiar el signo de la batalla. Hoy en día, la presencia de Osama Bin Laden puede cambiar el signo de su Guerra Santa.
Diego Celma Herrando
Imagen: elpais